Reem Alsalem: la deriva de un feminismo excluyente en la ONU
Otro de los ya clásicos mantras que se repiten contra los padres que buscan serlo mediante la gestación subrogada es su supuesto rechazo por parte de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a propósito de las recientes declaraciones de Reem Alsalem, una de las relatoras de este organismo, cargo, recordemos, que consiste en la información y el asesoramiento sobre cualquier tema que afecte o pueda ser susceptible de afectar a los Derechos Humanos, lo que debe realizarse, por la importancia que conlleva, dentro del más riguroso marco de la imparcialidad y la objetividad, lo que, en el caso de esta peculiar relatora, está muy lejos de cumplirse. Veamos:
Efectivamente, el cargo de Relatora Especial de las Naciones Unidas sobre la violencia contra las mujeres y niñas debería estar inspirado por principios de imparcialidad, pluralidad y respeto a la diversidad de realidades. Sin embargo, desde la llegada de Reem Alsalem a esta función en 2021, se ha ido consolidando un discurso que muchos califican de feminismo excluyente, ortodoxo y marcado por fuertes sesgos ideológicos. Lejos de promover la igualdad entre mujeres y hombres, su labor se ha convertido en la defensa cerrada de un modelo de feminismo abolicionista que desatiende, invisibiliza e incluso desprecia a otros colectivos, desde los hombres víctimas de violencia hasta las personas trans y las mujeres que deciden libremente participar en la gestación subrogada.
Un feminismo ortodoxo y de confrontación
Alsalem se presenta como adalid de un feminismo de “corte clásico”, donde conceptos como prostitución, pornografía o gestación subrogada son reducidos a prácticas de explotación y violencia. Esta visión, profundamente paternalista, ignora cualquier posibilidad de autonomía femenina en la toma de decisiones. Para ella, una mujer que decide gestar para otros no está ejerciendo un derecho sobre su propio cuerpo, sino reproduciendo una forma de esclavitud moderna. Su informe de 2025 llega incluso a recomendar la prohibición global y absoluta de la subrogación, con sanciones para quienes la promuevan o publiciten. Una postura que, más allá de la discusión ética, evidencia su voluntad de imponer un marco único de pensamiento, negando el debate legítimo sobre derechos reproductivos.
La misma actitud se aprecia en su oposición a reconocer la diversidad de identidades de género. En Escocia, alertó de que las leyes de reconocimiento de género podrían permitir que “hombres violentos” accedieran a espacios seguros para mujeres. En el ámbito deportivo, respaldó iniciativas para “mantener a los hombres fuera del deporte femenino”, una frase que refleja con crudeza su visión esencialista y excluyente. Estas declaraciones no solo han levantado críticas de colectivos trans y organizaciones de derechos humanos, sino que también revelan un miedo atávico al otro y un rechazo frontal a cualquier enfoque inclusivo.
Sesgo anti-hombre: invisibilización y desconfianza
El sesgo de Alsalem no se limita al rechazo de la pluralidad feminista: también muestra una clara desconfianza hacia los hombres. En un pronunciamiento sobre la justicia española, llegó a afirmar que “los testimonios de padres presuntos abusadores tienen más credibilidad que los de las madres que denuncian abusos”. Con esta frase, además de generalizar sobre el funcionamiento de los tribunales, proyecta la idea de un sistema judicial deliberadamente aliado de los hombres, y pinta al varón como potencial abusador cuya palabra es valorada injustamente sobre la de la mujer.
En la misma línea, en su informe sobre custodia infantil calificó la alienación parental como un “pseudo-concepto”, negando su existencia científica. Esta posición ignora las experiencias de muchos padres —hombres en su mayoría— que denuncian ser víctimas de manipulaciones en procesos de separación y que ven sistemáticamente mermados sus derechos parentales. Organizaciones internacionales le han reprochado esta actitud, acusándola de silenciar a víctimas masculinas y de consolidar un relato único en el que solo las mujeres pueden ser reconocidas como víctimas de violencia familiar.
Críticas crecientes: un mandato politizado
Las reacciones no se han hecho esperar. Grupos de defensa de la igualdad real, asociaciones de padres y hasta organizaciones feministas inclusivas han denunciado el carácter ideológico y poco riguroso de sus informes. Acusan a Alsalem de manipulación estadística, de basar sus análisis en marcos ideológicos desfasados y de omitir sistemáticamente datos que muestran la victimización masculina. Para muchos, su labor no responde a una búsqueda de justicia, sino a la imposición de un dogma: el de un feminismo radical que solo reconoce una versión de la realidad.
El problema no es solo de sesgo personal. Al tratarse de una Relatora Especial de la ONU, sus informes adquieren legitimidad internacional y condicionan políticas públicas. Cuando esta voz se convierte en altavoz de un feminismo dictatorial y monocorde, se erosiona la credibilidad de Naciones Unidas y se perjudica a los colectivos que no encajan en su narrativa.
La conclusión vueve a ser la misma a la que llegamos con otros personajes de la misma índole, algunos de ellos muy conocidos en el turbio panorama político que sufrimos en España: Reem Alsalem representa un tipo de feminismo que, en lugar de tender puentes, levanta muros. Su discurso absolutista sobre la gestación subrogada, su rechazo al reconocimiento de las identidades trans, y su invisibilización de la violencia contra los hombres, dibujan el perfil de una funcionaria más preocupada por imponer una ideología que por garantizar derechos humanos en toda su amplitud. Lo que debería ser un mandato para proteger a todas las personas contra la violencia se ha transformado en un púlpito para un feminismo dogmático que, lejos de emancipar, divide y excluye.
Miguel González Erichsen
Abogado
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